domingo, 28 de enero de 2007

Chantaje a la justicia

El bien más preciado es el derecho a la vida. No debe de ser discutido ni sustraído a nadie. Es el máximo exponente de la libertad.
En la mayoría de los países desarrollados se ha asumido lógicamente y la aversión a la muerte impuesta ha llevado a su abolición como pena máxima en las legislaciones nacionales. Algunos comportamientos hipócritas hacen distinciones de calidad, y no faltan los que abiertamente aplican ejecuciones legales dentro y fuera de sus propias fronteras. (Y por supuesto todos, todos, somos culpables de los genocidios étnicos, religiosos o económicos que suceden por toda la tierra)
Pero cuando una persona en plena posesión de sus capacidades mentales decide que no quiere seguir viviendo, también ha de ser respetada. Y se discutirá si una persona que toma esa decisión puede estar en plena posesión de sus capacidades mentales. Un enfermo mental puede tener tendencias suicidas que se corrigen con medicación, por ejemplo. Y a un enfermo terminal podemos mantenerlo sedado hasta el punto de que no tenga ni que plantearse tal posibilidad, porque no puede razonar. Ni tampoco puede hacerlo un enfermo en coma, y, aunque pueda razonar, hay quien no puede llevarlo a cabo por sus propios medios...
¿Es más humano dejar que se llegue a ese momento extremo por caminos ocultos e indignos? Damos muerte piadosa a los animales y nos oponemos a que los humanos decidan otro tanto por sí mismos. ¿No son aberraciones las guerras, el hambre, las ejecuciones legales, las epidemias en países pobres o el aborto, y pasamos de puntillas o mirando hacia otro lado?
Miro hacia delante y no veo mas que sombras. No tengo esperanzas. No quiero seguir. Quiero que respeten mi decisión de dejarlo aquí.
Acaban de condenarme a cientos de años de prisión, y aunque sólo cumpliré unos cuantos, no quiero hacerlo.
¿Hay diferencia?


Existe un sujeto condenado por el asesinato de veinticinco personas a las que no respetó ninguna de sus libertades ni derechos, incluido el supremo de la vida, que ahora se ha declarado en huelga de hambre “hasta las últimas consecuencias”. Después de no sé cuántos días de pretendida huelga, sus constantes se mantienen normales y no hay peligro inminente, pero las autoridades han ordenado su alimentación a través de una sonda. Podría morir. (Como todos).
Pero este sujeto sólo quiere eludir la condena, no quiere morir, sólo chantajea a la justicia, echa encima de ésta a los políticos más pusilánimes y movilizará a los organizados delincuentes callejeros de su signo y a sus secuaces mayores. Presiona con la idea de que puede convertirse en un peligroso mártir...
La situación no deja indiferente a nadie, incluso algún político de peso ha dejado fluir las emociones declarando que si hubiera muerto antes, sus víctimas seguirían vivas...
Aducir razones humanitarias para atenuar su prisión es de un cinismo ofensivo. Su condena ya está bastante atenuada: no se le aplica “ojo por ojo” los daños que infligió a sus víctimas. Él y todos los que como él se aprovechan de un estado democrático de derecho, hacen dudar a los demás de la justicia de la ley. ¡Y encima tienen la desfachatez de ensuciar palabras como paz, democracia y libertad en sus manifestaciones!
Esa prisión atenuada sería un gravísimo error. Una falta de respeto para las víctimas. Un escarnio para la justicia, la libertad y la democracia. Y un serio problema para la administración penitenciaria que vería inflamarse las prisiones cuando los demás presos exigieran el mismo trato.

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