Rosa mantiene durante horas la mirada fija fuera del alcance de los que la rodean, en un punto que sólo existe en su irrealidad.
Su infancia y adolescencia se mezclan con los convulsos sucesos de una sociedad que no supo evitar la guerra. Y sin embargo, además de imágenes de muerte, escombros y hambre, tiene la sensación de haber sido feliz aquellos años. Así es la mente humana: un poco de comida y el calor de una madre o de un padre son suficientes para desleer en el recuerdo la crudeza de aquellos días, que quedan como fotogramas desvaídos de una película de época.
Luego vinieron su propia casa y su familia. Su primer trabajo, su primera casa, su primer hijo...
Sin darse casi cuenta ha vuelto a quedarse sóla: faltó su pareja y sus hijos ya mantienen sus propias familias. Todavía hubo un tiempo en el que la vida pareció retroceder unos años cuando volvió a verse rodeada de niños a los que entretenía, vestía, educaba... pero también se hicieron mayores y no necesitaron sus cuidados.
Dejó de ser inmediatamente necesaria para nadie. Perfectamente capaz, vivió sola en la que había sido su casa cincuenta años, hasta que una inoportuna enfermedad - o una caída - la obligaron a realojarse en casa de su hija.
Cada vez menos hábil, bastaban unos días sin hacer alguna cosa para volverse incapaz de hacerla ya. Encendía la televisión y pasaba horas y horas sentada aunque no le interesaba nada porque no había comunicación. "¿Qué ves mamá?, "Ah, nada, no estaba mirando"; "Mamá, no me cuentas nada", "Ay hija, ¿qué quieres que te cuente?". Porque desaparecieron los estímulos y hasta hablar del pasado carecía de interés.
Como si fuera indiscutible que el guión de la vida establezca que a partir de cierto instante empieza el declive. (Y la prueba, se aduce, es que entonces hablamos más del ayer que del mañana.)
Si no somos capaces de entenderlo como una obligación social, humana, hagámoslo en términos económicos: entre los despilfarros energéticos más grandes de nuestra sociedad se encuentra el mal aprovechamiento de nuestros mayores.
Entre algunas sociedades existía un ritual de alejamiento de los ancianos cuando se convertían en una carga. En nuestra sociedad "más humanizada", no dejamos que éstos mueran a la intemperie ni devorados por lobos, ni utilizamos la "Tienda del Sueño" como en "La fuga de Logan", la novela de William Francis Nolan y George Clayton. Dejamos que se los coma el anonimato de un asilo, o la soledad, o la incuria.
Sin duda en un futuro no muy lejano, los humanos podremos decidir cuándo queremos irnos. Lo he dicho otras veces: si el derecho a la vida es nuestro primer derecho, el derecho a la muerte es su complemento. Es extremadamente irritante la actitud de quienes consienten las guerras (todos los que no luchan contra ellas, ¡vaya paradoja!), pandemias, hambre... o incluso la pena de muerte, y se oponen a la eutanasia, por ejemplo, pero consienten en que los mayores se extingan en condiciones deplorables.
Y mientras, nuestras Rosa seguirán con la mirada extraviada por la falta de interés, desvaneciéndose como absorbidas por ese gran atractor al que no-miran.
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