viernes, 28 de septiembre de 2007

En el aniversario de Gandhi




La mayoría de las ciudades de la India no disponen de un servicio de recogida de basuras municipal. Desde hace siglos ese trabajo lo viene desarrollando uno de los grupos más deprimidos de su sociedad.

Desde las primeras horas del día, Manorama Begun y Muhamad Nazir salen hacia sus zonas de recogida, ella tirando de un carro, él ayudándose de una bicicleta de la que cuelga dos enormes bolsas a modo de alforjas.

Manorama recorre una zona poco próspera de 350 apartamentos del sur de Delhi haciendo sonar su silbato para avisar de su presencia. A lo largo de buena parte de sus 35 años ha aprendido mucho de las personas a partir de sus desperdicios. También de la historia del desarrollo de la ciudad, dice Muhamad.



Una norma no escrita de este informal servicio obliga a los habitantes a contribuir con una donación de 10 rupias mensuales. Pero Manorama rara vez recauda más de 1.500, unos 27 euros, con lo que alimenta a sus cuatro hijos. La pobreza aprieta tanto que algunas familias guardan los envases de plástico para venderlos por su cuenta. Otros que presumen de espirituales, jamás han contribuido con una sola moneda.

Manorama y Muhamad trabajan con las manos desnudas. En el momento de la recogida hay que separar la comida que está en buenas condiciones porque podrán cambiarla por leche en la vaquería del barrio. Al final de la jornada procederán a la separación de lo que puede aprovecharse de otros restos de comida. Lo mejor pagado son las botellas de cristal, luego los periódicos y cartones, la chatarra, los plásticos, los trapos. Con todo, pueden ganar, como promedio, un euro diario cada uno.

Vivir con lo que le sobra a la clase media es duro. Su propio hogar está hecho con lo que han podido reunir: paredes forradas con el cartón de cajas, suelo parcheado con alfombrillas de automóvil... "La pobreza nos obliga a realizar este trabajo, si tuviéramos alternativa, no lo haríamos. ¿quién querría recoger desperdicios?" dice Manorama con amargura, luchando por limpiarse el olor que se apodera de su nariz y de sus uñas.

Y es que estos trabajadores empiezan a ser conscientes de su importancia. Si ellos pararan, las ciudades apestarían y sucumbirían bajo su basura. Tanto es así, que la administración se ha aprestado a realizar un gesto simbólico: el día 2 de octubre, aniversario del nacimiento de Gandhi, se les repartirán unos seis mil guantes, botas y delantales cerca del munumento a su memoria. Gesto insuficiente, aunque venga acompañado de menciones a la dignidad de su oficio y otras promesas. Quieren que las autoridades les garanticen un espacio donde realizar en buenas condiciones el reciclaje de lo recogido, sin ser constantemente desplazados, y que su trabajo sea reconocido, que se les conceda un uniforme que impida el acoso e incluso los golpes de la policía que los mira como delincuentes sospechosos cuando deambulan temprano por las zonas residenciales, quieren tener un sueldo, acceso a la sanidad, formación para sus hijos y una casa decente.

Original: Amelia Gentleman. New Delhi Journal - The New York Times, 27 de septiembre de 2007
Galería de fotos: J. Adam Huggins. The International Herald Tribune

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