La necesidad de independencia de un conflictivo mercado internacional del crudo, al que se ha añadido la seguridad de que el cambio climático va a suponer una quiebra económica y humana, ha dado alas a la producción de nuevas fuentes de energía para el transporte.
Sin olvidar que la mejor política energética es la que se basa en el ahorro y en la mejora del rendimiento, hay que ser extremadamente prudentes con cambios que afectan a la agricultura, so pena de generar nuevos desequilibrios.
Brasil consigue hasta un 370% de rendimiento en la producción de bioetanol a partir de la caña de azúcar. Pero el cultivo idóneo en EEUU es el maíz, y aunque ya se detrae cerca del 20 % de la cosecha para producir etanol, son conscientes de que toda su producción sólo supondría el 7% del combustible necesario para automoción. Se recurre entonces a la importación de terceros, corriendo el riesgo de desestabilizar otras zonas donde el pan es más importante.
Hay que tener en cuenta que para la producción de etanol es necesaria energía en forma de abonos, pesticidas y combustible, energía para estimular el crecimiento, plantar y cosechar, energía para trasladar el producto y una buena cantidad de energía para su procesado y posterior distribución por carretera. Y no es sólo que buena parte de esa energía se obtiene del petróleo, del gas o del carbón, con lo que se mantiene la dependencia y se sigue contaminando, sino que, además, el rendimiento neto oscila, según los analistas, entre -10% y +10%. Es decir, ¡podría costar más energía de la que produce!
Parece evidente que obtener etanol del maíz no es una estrategia sostenible: la agricultura no va a ofrecer las necesarias cosechas, la transformación en etanol no combate el calentamiento global y puede que acabe quitando comida a quien la necesita.
En 2006, la Unión Europea publicó su estrategia para los biocarburantes (COM 2006/34) reconociendo que, no obstante ser los biocarburantes más caros que los combustibles fósiles, "el objetivo de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, impulsar la descarbonización de los combustibles de transporte,diversificar las fuentes de su abastecimiento y desarrollar alternativas al petróleo a largo plazo…”, ofrecían “nuevas oportunidades para diversificar la renta y el empleo en las zonas rurales”.
La UE es consciente de las repercusiones a gran escala, por lo que no quiere perder de vista “i) el nivel potencial de la producción; ii) la dimensión del mercado nacional o regional; iii) las inversiones necesarias en infraestructuras; iv) el apoyo del régimen político; v) las posibilidades de exportación y vi) el precio del mercado de las materias primas que se utilicen para la producción de biocarburantes”. Porque el nuevo recurso puede originar “presiones en zonas ecosensibles, como las selvas tropicales y existen preocupaciones sobre el efecto en la fertilidad del suelo, la disponibilidad y calidad del agua y la utilización de plaguicidas. Las repercusiones sociales se refieren al desplazamiento potencial de comunidades y a la competencia entre producción de biocarburantes y producción alimentaria”
La UE consigna su “exigencia de que sólo los biocarburantes cuya producción en la UE y terceros países respete las normas mínimas de sostenibilidad serán contabilizados a efectos del logro de los objetivos”
Mientras se consolidan los combustibles de 2ª generación, la situación es delicada, porque poner coto a un comercio novedoso y lucrativo es difícil y los peligros son evidentes, porque sin un férreo control, va a seguir subiendo el pan -y los piensos- y se desestabilizará la economía ¿no estaremos vendiendo el coche para comprar gasolina?
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