Prodigiosos fueron los adelantos obtenidos en el orden material; pero ni las ciencias sociales, ni el arte de gobernar, ni los principios de justicia y equidad, aplicados a la administración pública, progresaron en manera alguna. Habíanse ensayado todas las formas de gobierno, y los pareceres andaban todavía discordes sobre cuál era la mejor; sometidas al terreno experimental las teorías de las diferentes escuelas socialistas, desde el individualismo anárquico hasta el estado omnipotente, reconstituíase la obra social según los antiguos planos. Buscaba la humanidad el perfeccionamiento de sí misma, menospreciando el auxilio de las creencias religiosas, y sucumbía víctima de su propia flaqueza. Leyes, gobiernos, instituciones, organismos políticos y sociales; todo pudo cambiar, trasformarse o reaparecer; pero la naturaleza humana seguía inmutable a través del tiempo.
Inmensas redes de alambres telegráficos y telefónicos y de cables subterráneos y submarinos cruzaban en todas direcciones, y el Monarca universal regía al Mundo con un ejército de electricistas, al cual estaba confiado el resorte más poderoso del Gobierno: el espionaje.
Cubiertos los techos y paredes de los edificios y los pavimentos de las calles y caminos de millones de micrófonos, en comunicación con el Ministerio de la Policía, los sonidos llegaban y se imprimían en aparatos telefonográficos mientras que innumerables cámaras oscuras transmitían por medio de teleteidoscopios las imágenes lejanas que reproducían en colores la telefotografía.
Nilo María Fabra. Teitán el Soberbio. Cuento de lo porvenir. Barcelona, 1897
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