jueves, 13 de junio de 2013

Bibliografía iniciática de un viajecito



Antonio Francisco, Toni, no aguanta más. Parece que, aprovechando su ausencia, su noble novia alemana, la baronesa consorte Heydi X, se ha ido de fin de semana a una chic estación de esquí austriaca. Se teme lo peor.

Alquila un 127 y me convence para que le acompañe. De un tirón nos plantamos en Marsella adonde, según la tradición, llegaron María Magdalena o de Betania, su hermano Lázaro, el apóstol Maximino y varios evangelizadores más  procedentes de Tierra Santa. Y traían el Grial.



De Marsella tomó el Magnánimo Alfonso V de Aragón las cadenas que defendían la entrada al puerto - cadenas que cuelgan en la Capilla del Santo Cáliz de la catedral de Valencia -, y el relicario de San Luis, éste sí, devuelto en el siglo XIX a la catedral de Toulouse. (¡No como otros!)

Marzo de 1980. El puerto y en general toda Marsella son poco recomendables para jóvenes como vosotros, nos dice el capitán Sebastián G. paternalmente. Vive aquí cerca, en Aviñón, e insiste en invitarnos a su ciudad y a su casa. Aceptamos, aunque con ello se esfuma la posibilidad de degustar una buena bullabesa y comprobar la existencia de los cirios verdes de Saint-Victor y Notre-Dame de la Confession.


Una joven de la antigua Massilia llamada Marta había hecho voto a la Virgen Negra de las Criptas de culto particular. Le ofrecía todas las flores que recogía en las colinas y no faltaba a la diaria misa. La víspera de la Candelaria, fiesta de la purificación, la despierta una voz a medianoche que le dice que vaya al claustro al oficio de maitines. Creyendo que ya era el alba llega al monasterio donde encuentra a un clérigo al que da su anillo de oro para que diga una misa por su intención. Colocó el anillo a guisa de ofrenda bajo un candelabro del altar. Cuando comenzó la misa la cera de los cirios se tornó verde. Cuando salió aún era de noche y regresó a su casa. De vuelta a la abadía ya amanecido, le dicen que no se ha dicho ninguna misa, pero al encontrar su anillo se cree en el milagro. De ahí la costumbre del pueblo de llevar cirios verdes en las procesiones de la Virgen Negra de Saint-Victor de Marsella, cirios que se bendicen el dos de febrero, fiesta de la Candelaria. (Fulcanelli, “Las moradas filosofales”, col. Arca de papel, 1976, pp. 595-596.)

Antaño, las cámaras subterráneas de los templos servían de morada a las estatuas de Isis que con la introducción del cristianismo se convirtieron en las veneradas Vírgenes Negras. Todas muestran en su pedestal “Virgini pariturae” y Elias Shadius habría señalado una inscripción análoga: “Isis, seu Virgini exqua filisu proditurus est”, “A Isis, o a la Virgen de quien nacerá el Hijo”. Representan pues la “tierra primitiva”, la materia prima". (Fulcanelli, "El misterio de las catedrales", Rotativa, 1972. pp. 70 y ss.)

No se cuenta, por ejemplo, que cuando nos rescató el capitán, ya estábamos cercados por dos robustos marselleses de aspecto moruno, que pretendían hacerse con nuestra precaria bolsa.
De camino, Aix-en-Provence, adonde fue milagrosamente transportada en trance de muerte María Magdalena para recibir el viático. Cuna de Nostradamus, con permiso de Saint-Rémy, y cuya cercana lectura me hace sentir su presencia impregnando un paisaje que acaba por concretarse en Aviñón. Magia, ciencia y religión muy distintos de los del ensayo de Malinowsky - ¡o no!-, escenario de otro vergonzoso episodio de la historia de la Iglesia, pero también, arcano o inconsciente colectivo en generosa manifestación.
Sebastián G., cardiópata convaleciente, es aficionado al realismo fantástico, tema de moda gracias a Pauwels y Bergier, a de Sède, Charpentier, von Däniken, Berlitz, Benítez o García Atienza entre varias decenas de autores más. Capitán mercante, él también ha tenido sensaciones ultraterrenas atravesando las Bermudas... Me regala "El triángulo mortal de las Bermudas" de Alejandro Vignati, gracias a cuya dedicatoria puedo datar el viaje.

No se habla, por discreción, de otra de las fijaciones del capitán, la de decirse protagonista de las infidelidades de las mujeres con que nos vamos cruzando en su barrio. Sospechosa presunción, por cuanto su mujer superaba con creces en belleza a todas las que vimos.

Esa noche discutimos en un bar con hoscos emigrados españoles. La agricultura de Provenza, nos ha asegurado Sebastián, supera a la de toda Europa porque está en manos de inmigrados españoles. Defendemos la Transición, ("transacción" que dice Anguita), la incipiente democracia, la nueva España de libertad... En vano. La cosa se caldea. Son hijos de huidos de la Guerra. Los años han sedimentado el resentimiento dejando sólo odiosos recuerdos que ahora surgen expresados ya difícilmente en una lengua casi olvidada.

Al día siguiente, muy temprano, Sebastián G. viene a despertarnos al hotel en que nos ha alojado: tenéis que marcharos. Le han llamado para decirle que es mejor que nos vayamos. Y se ha asustado. Marchad ya, desayunad por el camino. Ya ha pagado la cuenta. No perdáis ni un minuto. Ni Toni ni yo hemos sentido esa hostilidad de que nos habla. Pero, bueno, como tampoco pensábamos demorarnos.


Aunque Italia todavía no se ha unido a los países que permiten a los españoles la libre circulación sinpasaporte, nadie nos pone trabas al entrar por el Norte buscando acortar el trayecto o, quizás, para que Toni gaste algunas liras que posee poniendo gasolina. Una genialidad. Así era la cosa. Las autoridades aduaneras se sorprenden e indignan a la salida. Pero dejan que pasemos.

No puedo olvidar que  a la llegada, Toni, que llevaba una barba y gafas postizas para sorprender a su amada, se puso tan nervioso cuando vio su coche que no fue capaz de hacerlo y fue corriendo a su encuentro.


Heiligenblut, “sagrada sangre”, es un pequeño valle alpino en la Carintia austríaca, cerca del Tirol, a los pies de los casi cuatro kilómetros del Grossglockner y del glaciar Pasterze. En una capilla de la localidad se conserva una ampolla con la Sangre de Cristo. Más leyendas mágicas: en 914 el caballero danés Briccius que ha comprado en Santa Sofía de Constantinopla una ampollita con la Sagrada Sangre, queda sepultado por un alud cruzando los Alpes; antes de morir esconde la reliquia en la herida que se le ha abierto en la pantorrilla. Campesinos locales descubrirán el cadáver al sorprenderse por tres espigas que crecen atravesando la nieve. Para albergar la reliquia se construye una iglesia en cuya cripta conservarán los restos de Briccius. En el siglo XV se levantará la aguda y esbelta torre y en 1520 se embellecerá con un retablo. Todo dentro de la lógica iniciática porque allí en medio de los Alpes, en el centro de Europa, dedican la iglesia a San Vicente Mártir.

No se dice, por vergüenza, que durante la estancia en la estación de esquí dimos doblemente la nota. Una por nuestro atuendo: yo salía a hacer esquí de fondo ataviado con vaqueros, mocasines y un chaquetón de pana marrón, y Toni no iba mejor equipado. Lo juro. (Por cierto que, tratando de evitar caerse hacia atrás bajando por un pequeño desnivel, se dio de bruces haciéndose una grotesca herida en el caballete de las narices).
La otra nota fue musical. Heidi -que venía por las mañanas a mi habitación para deshacer la cama de Toni-, disfrutó presentando, representando y aplaudiendo nuestras actuaciones en el salón noble del hotel. Nuestro informal savoir faire gustó mucho.

Redactando para la XVIpedia descubro con perplejidad el valor iniciático de aquel fugaz pero intenso viaje en el que llevaba como libro de cabecera “Bajo las ruedas” de Hermann Hesse, senderista de esas cumbres casi cien años antes, probable caminante desde esta salida sur de la Grossglockner Hochalpenstrasse, la ruta panorámica a Bruck. Como en las cuartetas de Nostradamus, resulta fácil ver coincidencias a posteriori, pero es innegable que las hubo.

Tampoco olvido que regresamos acompañando a Heidi hasta la autopista de Múnich por una carretera con dos palmos de nieve que su flamante BMW surcaba con toda elegancia mientras yo peleaba por mantener nuestro modesto cientoveintisiete rodando por los surcos abiertos por los demás. ¡Y aún se quejó de que fuera despacio! Claro que al llegar a la frontera alemana colmóse algo mi vindicativo espíritu pues Heidi, quizá pensando acelerar los trámites, puso al policía su sonrisa más femenina, gesto que la hizo sospechosa al aduenero que la hizo bajar, identificarse, vaciar el maletero, enseñarlo todo y si se descuida le desguaza el auto. Yo, mientras, esperé educadamente al otro lado de la frontera a que terminara. Despidióse agriamente - seguro que le costó varias horas superar el berrinche -, y siguió hacia Fránkfurt marchando nosotros hacia España.
Inenarrable regreso que comenzó con vueltas y revueltas cruzando Austria y Suiza una noche de niebla en ocasiones muy densa, como las canciones que Toni ponía a reproducir. Canciones de Toni, grabadas en un caset doméstico, que transportaba en una bolsa de plástico, arquetípico continente de Toni, como bien saben sus conocidos. Hacia el mediodía siguiente desayunamos café con leche y un boyo en algún lugar de Suiza mientras en las mesas cercanas degustaban fondues a dos carrillos.

Y como no se trata de un círculo, sino de una espiral que nunca se cierra, en un guiño al cercano Languedoc cátaro, al llegar a casa me aguardaban las enigmáticas pesquisas de Otto Rahn sobre el mítico cáliz.

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Recuerdo que paramos en una cafetería de la autopista, ya en Cataluña, una grisácea tarde de lluvia y feroz viento, y que la televisión hablaba de que el Amigo Félix había muerto en Alaska.

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