Tenías, Carlos, un carisma innato que se expresaba con magnetismo motivador y sugerente capaz de concitar dispares personalidades sin que se sorprendieran.
Y un amor desbordante que hallaba el culmen con los tuyos, en tus hijos y en tu esposa Marigela, en quien siempre reconociste al amor de tu vida.
Y, sin embargo, tu arrolladora energía acaba en absurda paradoja, pues vivir con tanta intensidad agotó pronto tus días.
Pero solo eso.
Aunque ahora mudo se queda nuestro dúo y sorda nuestra alma a tu alegría, continuas vivo porque te vivimos en muchos de nuestros momentos y seguirás conmigo viviendo en mis recuerdos hasta que, poniendo punto al Buen Viaje, nos recibas cuando a tí lleguemos:
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
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