lunes, 31 de mayo de 1982

Requiem


Se acercaba a la Sala de Encuentros completamente absorto, impermeable a cuanto le rodeaba, aislado de cuantos junto a él caminaban, a buen paso, hacia el lugar común.

Sin embargo, habría sido incapaz de precisar en qué ocupaba la mente. Sentía una especie de embotamiento producido, seguramente, por la excitación que le dominaba y que, como a los demás, no le había permitido descansar bien los últimos días.

En la reunión se daría a conocer un terrible descubrimiento cuyo germen inicial apareció algunos años atras...

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Mark Pérez examinó a fotografía que le tendía su colega astrofísico. Estaba animado por la cita que desde ayer tenía concertada - se había prometido una buena velada en excelente compañía -, y sin poder evitar el filtrado bioquímico que su mente de especialista operaba sobre todas sus ideas y acciones, devolvió la instantánea a Sergeiev mientras precisaba con una sonrisa: "Es una excelente fotografía de un átomo de nitrógeno".

"¡Oh, vamos! - se quejó el astrofísico desde su científica atalaya aparentemente ajena a emociones y humanos sentimientos -, se trata de una importante muestra de la nebulosa galáctica planetaria KV 616. Si puede sustraerse a ese irritante estado de humana excitación pasional observe la disposición de esos planetas alrededor de su sol. Es muy probable que en breve..."

La cínica sentencia de su interlocutor le bloqueó la escucha. Avergonzado por haber dejado traslucir su alegre estado de ánimo, por aparecer tan desnudo.Pero, ¡al diablo con la piedra rusa! Anna lo merecía. Cuando su compañero acabó su exposición se despidió fríamente y salió al pasillo dispuesto a aprovechar el resto del día.

No fue posible. Aquello que creía no haber escuchado resonaba nítidamente ahora en sus oídos y lo seguiría haciendo en los meses siguientes sin permitirle pensar en otra cosa. Sin dejarle descansar. Peor aún. Aquella deseada noche Anna salió precipitadamente de casa cuando Mark se mostró como un poseso. Ella fue el detonante. Herido como estaba en su orgullo por el juicio de Sergeiev, convertido ahora en un eco recurrente en su cabeza, la conversación devino apagada y densa, nada más lejos de lo que la pareja había idealizado antes del encuentro. Filosofaron sobre los sentimientos humanos y, de alguna manera, derivaron hacia la música y hablaron de la profundidad sobrehumana del Requiem de Mozart. Y entonces, de pronto, Mark estalló.

. . .

La reunión dio comienzo tras un preámbulo de rumores que se acallaron cuando el presidente apareció en la sala. A su lado, formando parte de la Comisión, se hallaban Pérez y Sergeiev rodeados por adustos semblantes que confirmaban la importancia de los hechos.

Tras una exposición que tuvo por objeto preparar el ánimo de los asistentes para lo que todos sabían que iban a oír, se dio paso al portavoz de la Comisión quien, de forma árida y documentada, expuso una situación que la Humanidad difícilmente podría asimilar en adelante. Pero no era un problema de la junta de científicos haber públicos los resultados del hallazgo. Eso lo decidiría el Consejo. Un grupo de técnicos de éste, que incluía psicólogos, antropólogos, psiquiatras, sociólogos y científicos de todas las ramas afectadas, asesoraría a los políticos que adoptarían la dura decisión final.

Ningún científico que se preciara había querido hacerse cargo de las directrices del Mundo. Era una tarea sórdida y plagada de intrigas donde lo humano se mostraba más burdo y grotesco. Habría debido sustraerse además a su labor investigadora.

Todos sabían que la clase política estaba formada por personajes de más o menos valía y carisma, a los que se acercaban en pelotón como a un mal necesario, economistas deseosos de poner en práctica ideas que otrora les enriquecieran y que hoy tan sólo proporcionaban una solvente posición social y cierto predicamente. Suficiente riqueza para unos intereses tan mezquinos y una miras tan cortas y estrechas, pensaban aquéllos, salvo los fracasados y frustrados de todas las ramas, que acababan por acogerse a la sombra de la política.

Pero nada de ésto interfería las relaciones de los que más sabían y los que más poder detentaban. Eran dos mundos diferentes pero tangentes en un punto de interés común: los políticos sustentaban materialmente a los científicos y, a cambio, éstos hacían partícipes a aquéllos de un poder ficticio que administraban para el bien propio y el común.

Mark tomó la palabra y con una irónica mirada hacia su colega Serveiev, pidiendo anticipadas disculpas por el tono emotivo que su exposición iba a seguir, comunicó a los presentes que se sentía ciertamente obligado a expresar sus ideas abusando de la paciencia del auditorio por tener que reiterar alguna cosas ya oídas.

Les habló del casual encuentro del átomo espacial del nitrógeno, aprovechando para citar el nombre de Sergeiev, sabiendo que así le mortificaba, pero la piedra rusa no dejó que se le moviera ni un sólo músculo. Siguió explicando cómo amplió sus estudios comparativos por considerar lógica la suposición de que el universo siguiera siempre las mismas leyes, de manera que a una estructura atómica debía corresponder otra galáctica. Aportó una enorme cantidad de consultas y coincidencias, hay ya pruebas, al tiempo que acariciaba el grueso dosier que depositara ante él. Diculpó la relativa falta de precisión en la investigación por el insoslayable límite de la ciencia, cuyo borde, una vez más, volvía a alejarse y a perderse en un brumoso y lejano horizonte, siembre inabarcable. Se detuvo un instante mirando a los presentes quienes, inmóviles y tensos, aguardaban electrificados por la expectación. Y prosiguió.

"Tras interminables estudios", les dijo, "dimos con formaciones moleculares en el espacio y, ya seguros de su descubrimiento, se procedió con el máximo cuidado y asepsia a la elaboración definitiva de un programa de investigación en el que intervinieron más de dos mil procesadores simultáneamente para procesar cantidades ingentes de datos durante ocho meses, llegando por fin a la escalofriante conclusión que ahora nos ocupa. Las microscópicas estructuras químicas, a nivel atómico, tienen su correspondencia macroscópica a nivel planteario y galáctico. Pero - y aquí dejó en suspenso al auditorio -, fue precisamente en la nebulosa KV 616 donde la ciencia ha visto colmada su medida. El hallazgo nos ha desbordado porque en la citada nebulosa, señores, aparece claramente la gigantesca estructura de una molécula de RNA".

Silencio absoluto.

Medusa no habría conseguido dejar tan inmóvil a aquel auditorio.

"Pero aún hay más..."

En este punto, como si lo hubieran ensayado, quizás porque comenzaron todos juntos a expeler el aire que habían retenido en los pulmones, todos los asistentes comenzaron a murmurar originando un creciente ronroneo a medida que la noticia iba calando por entre las neuronas de sus cerebros. Y creció y creció progresivamente pasando por la media voz, y continuaron subiendo el tono y la intensidad y las voces eran como un motor ronco que ya no se detendría ni con la llamada al orden del moderador.

Mark, continuaba en pie mirándoles sereno, sabiendo que no sería posible que continuaran escuchándole, con una leve sonrisa en los ojos. Y sin forzar la voz, sin importarle, continuó diciendo:

"Por una dramática ironía, Ludwig von Köchel elaboró un catálogo de las obras de Mozart asignando a su Requiem el número 616".

Sergeiev giró tan violentamente la cabeza hacia el orador que casi se oyó el crepitar de sus vértebras y su flequillo salió lanzado hacia delante cayéndole sobre la frente. Su mirar, por primera vez atónito, era humano y en sus ojos mostraban por fin una expresión, ya no eran fríos.

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