Atrio del Camposanto de Pisa (foto: Giuseppe MoscatoGiuseppe en Flickr) |
Esa música que oigo es la profundidad de un atrio, allá, no muy lejos, que rechaza con enérgico furor las gravísimas notas que en un chorro compacto, somo si se expandiera con rabia el salir de una tubería, le llegan desde el órgano del coro.
Ahora una tormenta que es, en cambio, plateado azul de un anochecer del siglo XIX, entre jardines humedecidos por el relente, de verde casi espejo en cada rama.
De cuando encuando, el cielo truena mientras espesos nubarrones, paisaje marinero de galerna, se entrechocan en lo alto, ajenos al suelo.
Una palmada es preludio del fin parcial, del retorno a la congruencia.
De nuevo pasillo. Animoso, calmo y alegre. Vivace del Barroco con falta dulce que, de pronto, cámbiase en tristísimo sonar. No obstante lúgubre, tiene lo atrayente de la Muerte a la que se sonríe con amor, con complicidad, con conocimiento... Por eso se aleja velando su distanciamiento con neblina matinal del claustro del Camposanto de Pisa. Cuando dobla la esquina, retorna gris y amado plomizo, pero luminoso; acuoso amanecer otoñal que todo lo envuelve y se hace propio, absorbiéndonos y refluyendo al exterior por nuestros pensamientos.
Vuelve el aséptico pasillo, ahora nítido, con mezcla de blanco y azul universo de Dos mil uno. Un poco más claro que el que se vislumbra por los ventanales.
Y por entre una diminuta Primavera, corta, retorna al Invierno.
Es invierno, sí, pero sin nieve. Es la oscura y nocturna calle de una gélida ciudad del diecisiete, pétrea, por la que discurren ocultos frailes de gruesas sayas obscuras que van llevando un féretro.
Un entierro.
El duelo es misterioso y sobrecogedor. Por un momento veo algo que resplandece sobre el ataúd, como un Santo Grial que se desvelara a los puros ojos de Perceval. Luego, un gran ejército marcial y severo que quizás solo obedece órdenes, ignorando que acompañan a un Gran Iniciado...
¿Por qué no un retorno al primitivo cristianismo? No atávico y ciego, sino puro y hermoso, enorme y lúcido, creíble. Puro, realmente puro.
Musorgski - Ravel, "Cuadros de una exposición (mental)"
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