domingo, 10 de junio de 1984

El bulto

Yuste estaba apesadumbrado. Mientras pasaba un paño húmedo por la mesa, de manera mecánica, repitiendo una acción mil veces ensayada, pensaba en el pequeño Paco.

- Este fill meu acabará con los ahorros. Cague'n... Pero lo peor es que se nos va sin dejarse curar. Deu, Deu!

Marcelino, el dueño, notó el preocupado gesto en el monótono quehacer del empleado.

- Che, don Marselino, el meu fill que tiene un bulto malo en la espalda y anda cada día més geperut.



Yuste, entre reforzantes chés, collons y cague'ns... contó a su patrón la dolorosa experiencia que vivían y las pocas esperanzas que les daban los médicos. Sus esfuerzos, sus pesares, su pobreza, quizá su hastío porque perdía sin remisión un futuro ya soñado, no por egoísta menos merecido.

Zurita, zahorí, buhonero, mercanchifle, ocasional arrocero, taroncher y miloficios; reseco, curtido y correoso viejo sentencioso a quien todos escuchaban cuando se dignaba meter baza, manteníase, como de costumbre, al margen de la escena, trasegando a su barriga golpes de vino barato con que empujar la comida que desde el usadísimo plato llevaba hasta su boca desdentada empuñando la cuchara. Aunque concentrado en alimentarse, asentía de forma casi imperceptible. Escuchaba.

Cuando ya se marchaba, ahora venía cada día desde Alboraya, pidió que le dejaran ver al niño. Yusto dudó. Siempre hay algo de desconfianza hacia las gentes solitarias y sombrías.

Pero Zurita conoció el mal de Paco, le tocó interesándose por su consistencia y por su tamaño. Lo recorrió con sus ásperos dedos de manera cuidadosa pero sin expresar ninguna emoción...

Paco se curó. A los dos días no quedaba ni rastro del bubón.

Zurita seguía yendo a comer, como cada día, y parecía ajena a la reverencia con que ahora le trataba el camarero. Como si no le afectara. Como si nada hubiera ocurrido. Sin aceptar agradecimientos. Sin publicar su secreto. Hermético. Como siempre.

Tal impresión causó aquel suceso que, como si fuera un tabú, se difundió de boca en boca sin sobrepasar jamás el volumen de un susurro. Un mito.

Un tiempo después, pocos días más tarde, en que el hosco personaje dilató la sobremesa más que de costumbre, aprovechando su inusual locuacidad - quizás propiciada por el hecho de que ahora Paco le servía vino menos aguado -, me atrevía a preguntarle.

Zurita me miró un instante dejando que un brillo extraño fluyera hacia mí y, al cabo, con una levísima sonrisa en los ojos, quizás también en los labios, se descubrió el hombre izquierdo mientras palmoteaba con la mano derecha la extraordinaria protuberancia que nos mostraba diciendo:

- ¡El bulto está aquí!

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A Antonio Oquendo
Moraira, 10 de junio de 1984.
Dibujo: Esbozo de la mano de Erasmo, Hans Holbein, el Joven

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