domingo, 14 de febrero de 1988

Cachorros

En casa de mis padres mora una perra diminuta que se empeñan en llamar Chispa, aunque tenga bien poca. La halló mi madre siendo pequeña, valga la redundancia, hecha un ovillo, comida por las hormigas y las garrapatas, resignada a una muerte inminente. Compadecida, le dio un poco de comida de la que acababa de adquirir en el supermercado y aquélla la siguió hasta el portal. Hacía frío y terminaba la tarde así que, ganada por su actitud y encantada con su persistencia, la subió a casa. Por su fragilidad, se ganó el más acorde nombre de Pizca, que se usa indistintamente.

Un desafortunado enfrentamiento con Wunta le costó el ojo izquierdo, añadiendo patetismo a su imagen que, a pesar de todo y aunque lo aparente, su salud no es precaria ni preocupante, no es un animal enfermizo sino frágil, como si nunca hubiera sido joven.

Pero nunca molesta y es simpática sin ser empalagosa y coqueta y limpia, salvo cuando siente el llamado de la selva que la incita a revolcarse en alguna carroña.

Come mínimamente y se aparta discretamente - o huye - al menor atisbo de peligro, pero no es cobarde.

Juega poco pero recibe con alegría a quienes ella quiere. Como no es pegajosa, sus carantoñas pueden pasar desapercibidas. Y no lo merece.

Mi hijo Luis la respeta pero le sorprende porque cuando alguna vez se acerca, aquélla responde arisca gruñendo y lanzando pequeños mordiscos al aire. Superado el susto inicial, el niño interpreta contento lo sucedido y, entre risas, señala a la asustada perrilla mofándose de su osadía. Pizca mira entonces pidiendo perdón con la mirada. La alegría impulsa al niño a acercarse nuevamente, ahora con el dedo extendido. ¡Qué valiente!, exclama José Manuel.

Entre tanto, Blaqui (o Jekyll), que sólo ofrece su lado bueno cuando está el niño, se interpone entre éste y Pizca, pero a Luis ahora no le interesa el sufrido perrote que a pesar de su amenazante apariencia, acepta como un juego los golpes que la criatura pueda propinarle: que estira su pelo, le lame; que le estira de las orejas o incluso le muerde, se repantiga patas arriba como llamando a la lucha abierta: allá me las den todas...

Pero, como un cachorro, no tarda mucho la criatura en buscar nuevas sensaciones y juegos nuevos. ¡Atentos!


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