
Y es que esos deseos, a fuer de repetirse, a golpe de anhelos, saturados de gnosis, con los pensones vibrando al más alto grado, invisibles, por tanto; sus deseos, al cabo, son tan sólidos como cualquier sólido, como el cristal más límpido. Y, sin embargo, son etéreos, como el alma.
A Filis, porque existió y existe cada vez que lees a Lope, cada vez que resuenan, lánguidos, los lamentos de Belardo. Y a Amarilis, y a Venus y a la vida sin la que no existiría ¿ni el inconsciente colectivo?
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