lunes, 28 de agosto de 2006

La farsa de Bilbao


Los del entorno terrorista se han paseado otra vez por las calles. Entre sus consignas, libertad, democracia, paz, libertad para sus presos, independencia… Conceptos escarnecidos en boca de quienes pueden manifestarse gracias a que hay libertad; que pueden pedir por sus presos porque existe un estado democrático que aplica con ellos garantías jurídicas sin las que sus familias contarían por miles sus desaparecidos. Una burla para la paz que nunca han promovido ni respetado.

La reinserción es el fin de la condena y la redención se aplica para su consecución. No puede haber ningún beneficio para quien no sólo no quiere reintegrarse, sino que además jalea la violencia y el proceder faccioso desde la cárcel.

Cinismo o torpeza mental que les impide reconocerse como verdugos, por más que quieran aparecer como víctimas. Y, para mayor adorno, pretenden internacionalizar su miseria arropándose ahora con banderas de Líbano y Palestina, obviando el hecho de que los asesinos son ellos, y de que son los suyos quienes amenazan, insultan, extorsionan, violentan y asesinan. (¡Ojala pudiéramos someterlos a un Tribunal Penal Internacional!)

Un gobierno negociador, por expresarlo suavemente, ha propiciado la aparición entre sus filas de arrivistas (o cobardes) que acosan a otros afiliados poniendo en tela de juicio su validez, aunque les superan no sólo en lo político, también en dignidad, prendiendo situarse en las primeras filas, junto al nacionalismo recalcitrante y excluyente… por si acaso.

El estado, por definición, no puede negociar con el terrorismo. ¿Qué es eso de alto el fuego? ¡Si los únicos que disparan son ellos! Que se rindan sin condiciones y entreguen las armas y, sólo entonces, negóciese con quienes lo merezcan, con quienes quieran construir y convivir.

Se habla de sangría económica. Cierto. Pero los sueldos ocultos, los viajes de familiares y aún sus residencias temporales cerca de los reclusos, las subvenciones, el mantenimiento de los presos, las reparaciones a las víctimas, etc. los pagamos todos los españoles, incluidas las víctimas y sus familiares. Los condenados, por ahora, no han pagado ni un céntimo de las indemnizaciones.

Entre los que quieren la independencia –aparte de los que sólo ambicionan el poder político, porque prefieren ser cabeza de ratón- empiezan a levantarse voces, porque saben que existe otro camino para conseguirla. Sólo hay que contar con la mayoría suficiente.

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