¿No tenemos ya el ejemplo de la Organización de Naciones Unidas? Pese a quien pese - es decir, a los idealistas- la ONU es el prototipo de institución internacional a la que cualquier prepotente puede hacer una cuchufleta en cuanto no coincida con sus intereses.
Y es que la unión fracasa en lo básico: no puede haber instituciones comunes que no sean democráticas, y por democráticas entiendo aquéllas que funcionan por delegación del pueblo, y no hay pueblo que en democracia y libertad admita ni pueda soportar otra forma de elección que no provenga de la máxima irrenunciable:
1 ciudadano = 1 voto
Cuando los políticos se obstinan en barrocas combinaciones alejadas de tan sencilla fórmula, lo único que consiguen es marear la perdiz. Si mi voto no vale por sí, sino por mi lugar de nacimiento o pertenencia, yo… no juego.
No hay que reinventar nada: el Parlamento Europeo ha de funcionar representando a sus habitantes, contrastando ideas y construyendo desde la igualdad y la diversidad, no desde la desigualdad por razones económicas o geográficas.
Y mientras se deshoja la margarita, quedan graves cuestiones sin atender. Hay que centrarse ya en una política común energética y medioambiental, un código penal y, por qué no, un código civil, y la constitución vendrá por añadidura.
¿Pérdida de soberanía? ¿Para quién? Si mis derechos e intereses sociales, familiares, económicos, políticos… mi bienestar, en suma, van a estar más asegurados. De poco me sirve esa soberanía, en cambio, si no es capaz de llevar a cabo acciones inmediatas en el ámbito internacional, por ejemplo, por razones humanitarias.
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