Pero es que, además, el peligro aumenta porque se encuentra entre nosotros un famoso personaje que no se distingue por sus previsiones de atentados. Un hombrecillo de aspecto adiposo y alopecia juvenil cuyos máximos méritos conocidos son su noble cuna -por más que esa nobleza cifre sus orígenes en un error de la diplomacia española del XVI- y a su desvaída condición sexual, a la que ahora se atribuyen hijos de todos los colores.
Su voto en el Comité Olímpico Internacional fue determinante para la no elección de Madrid como sede olímpica; comprensible, estaba allí para optar por quien quisiera. Pero fue una sorpresa la forma en que se dirigió al Presidente del Gobierno de España, que defendía su propia oferta, justificando su decisión en la existencia de terrorismo y pretendiendo que Rodríguez se pronunciara acerca de si era capaz de asegurar que no habría atentados.
Además de olvidar los sucesos de Munich o Atlanta, por ejemplo, este representante de un paraíso de papel, tuvo que tragarse los graves atentados de Londres nada más resultar elegida como sede olímpica.
Yo, que no esperaba al Papa, ni al Dalai Lama, ni siquiera a los Rolling, pero que por educación y discrección -maldita manipulación-, no llené mis balcones de letreros ni a favor ni en contra, ahora no tengo más remedio que asomarme a esta ventana esgrimiendo mi preocupación por la visita. ¡Cuidado!
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