domingo, 8 de abril de 2007

Abderramán


Allí están todas las variedades de cítricos; árboles alineados en el rellano de pequeñas terrazas de cuatro o cinco metros en cuyos bordes de piedra puede uno sentarse. Tomillo y romero y algunos pinos y una escultura metálica de Hércules... Grabado en la piedra, serpentea un pequeño surco a modo de acequia. Algunos cipreses estiran tres metros su presencia separando al jardín de la ruidosa calle contigua cuyo intenso tráfico zumba descontento al otro lado.

¡Hola, amigo!

Levanté la vista de la basura proetarra que, como casi siempre, llenaba algunas páginas del periódico. Un hombre bajo pero de apariencia fuerte, noble, de piel lustrosa y brillante, lampiño, pelo corto y apretados rizos, sonrisa sincera y profunda, me tendía su mano.

Esa mano era áspera. Estaba fría.