lunes, 19 de noviembre de 2007

Die Freude

Se encendió la luz en la ventana del tercero. A través de los visillos podía verse una figura; primero una sombra, después un cuerpo que comenzó a desnudarse.

Medio inclinado, sujetando con la mano una pierna medio levantada, se detuvo, separó las cortinas comprobando si la persiana estaba bajada. No lo estaba.

Soltó el visillo y continuó desnudándose. Calcetines, calzoncillos... de espaldas, ignorando al resto del mundo ¡qué le importaba!

Era que la euforia de la bebida, y los amigos, y la posibilidad de que el omeprazol cause ginecomastia y reduzca la líbido, y que la producción de serotonina se disloca, y el tánatos que estalla y la garganta que se cierra y los pulgares de los pies que me chasquean, y me escuecen los ojos, y me apena no poder compartir esta energía, estos pensones...

Haciendo una lista mental, apago y se apaga la luz en la ventana del tercero.
(Madrid, 13-XI)

sábado, 10 de noviembre de 2007

Ancianos

Manon71Rosa mantiene durante horas la mirada fija fuera del alcance de los que la rodean, en un punto que sólo existe en su irrealidad.

Su infancia y adolescencia se mezclan con los convulsos sucesos de una sociedad que no supo evitar la guerra. Y sin embargo, además de imágenes de muerte, escombros y hambre, tiene la sensación de haber sido feliz aquellos años. Así es la mente humana: un poco de comida y el calor de una madre o de un padre son suficientes para desleer en el recuerdo la crudeza de aquellos días, que quedan como fotogramas desvaídos de una película de época.

Luego vinieron su propia casa y su familia. Su primer trabajo, su primera casa, su primer hijo...

Sin darse casi cuenta ha vuelto a quedarse sóla: faltó su pareja y sus hijos ya mantienen sus propias familias. Todavía hubo un tiempo en el que la vida pareció retroceder unos años cuando volvió a verse rodeada de niños a los que entretenía, vestía, educaba... pero también se hicieron mayores y no necesitaron sus cuidados.

Dejó de ser inmediatamente necesaria para nadie. Perfectamente capaz, vivió sola en la que había sido su casa cincuenta años, hasta que una inoportuna enfermedad - o una caída - la obligaron a realojarse en casa de su hija.

Cada vez menos hábil, bastaban unos días sin hacer alguna cosa para volverse incapaz de hacerla ya. Encendía la televisión y pasaba horas y horas sentada aunque no le interesaba nada porque no había comunicación. "¿Qué ves mamá?, "Ah, nada, no estaba mirando"; "Mamá, no me cuentas nada", "Ay hija, ¿qué quieres que te cuente?". Porque desaparecieron los estímulos y hasta hablar del pasado carecía de interés.