sábado, 1 de mayo de 2010

A principios del siglo XXI...

Blinck, "Oriental Abyss"
Blinck: "Oriental Abyss"

A principios del siglo XXI, una crisis galopante, que algunos negaban, fue destruyendo miles de empleos, empresas y esperanzas. Y, paradójicamente, esa crisis originada por la ambición de unos pocos, alentada por inescrupulosas sociedades financieras y permitida por la ignorancia, la incapacidad o la corrupción de los políticos gobernantes, desveló posibilidades de cambio de otra forma inalcanzables a corto plazo.

Era el final de un ciclo. La revolución tecnológica se encontraba en pleno despliegue impulsando todas las ramas de la ciencia y las humanidades. Pero los ciudadanos ignoraban que, en realidad, inimputables desaprensivos estaban robando hasta el aire que habrían de respirar.



¿Crisis energética? Bueno, pensaban algunos, cambiemos los patrones de producción y consumo. Porque ya existían y eran asequibles desde hacía mucho tiempo nuevas energías, nuevas tecnologías y nuevas normas de conducta. Además, esa magna reestructuración abría gigantescas posibilidades de negocio y empleo, muy rentables en términos de bienestar.

¿Crisis financiera? Parece increible que con tanta mente preclara del mundo de la economía y las finanzas, nadie se apercibiera del colosal latrocinio que se estaba perpetrando. A no ser, claro está, que aquellos sabios estuvieran también implicados. Porque no hay magia ni truco posibles, todas las pirámides son iguales y su única finalidad es estafar al incauto.

Despilfarro, ostentación, consumo exacerbado al más puro estilo de un imperio en decadencia. Se repartían birretes y honoris causa a miserables de cuello blanco que, con la anuencia de políticos y otra fauna, iban saqueando el futuro arramblando con un presente ya convertido en ilusión e inexistencia a causa de la especulación.

Cuando por fin estalló la cosa, no hubo procesos, ni responsables, ni culpables... ni cambio.

La cultura capitalista permitía que los bancos -que aunque funcionaban gracias a la gente actuaban como si fuera al revés- enjugaran a cargo del erario público unas pérdidas de las que ellos mismos eran cómplices. La coacción era evidente. Una socidad en la que en lugar de diferir la gratificación se aplazaba el coste, era una sociedad en manos de quienes adelantaban el dinero. Y así, la situación entró en una especie de letargo que duró decenas de meses, y del que se salió para desembocar en otra casi idéntica a la preexistente.

Nada había cambiado excepto porque se habían esfumado miles de millones de dólares y euros y en el ínterin, se trazó un plan aparentemente renovador y progresista que ocultara que todo seguía igual sin ser lo mismo.

En lo económico, los mismos dientes siguieron engranando las mismas ruedas. En lo energético, se comercializaron dispositivos más eficientes, pero como se usaban más tiempo y más gente, siguió aumentando el consumo total y la contaminación continuó creciendo. Porque falló lo más importante: la cultura. No interesó, como no ha interesado nunca a los pudientes, una masa con opinión formada y capacidad de oposición y reacción.

Un ejemplo. No mejoraron las ciudades adaptándose a las condiciones de habitabilidad más convenientes; ciudades en las que las distancias permitieran el desplazamiento a pie o en bicicleta, con buenos sistemas de transporte colectivo. Se encandiló a la gente con castillos de fuegos fatuos. Fatuos, porque provenían del cadáver de la industria automovilística, que lastró durante décadas la economía mundial, como la vaca sagrada que describiera Harris.

¡Vamos a fabricar millones de coches eléctricos y acabaremos con el paro, el consumo de petróleo y la contaminación! - engañaron los políticos.

Pero la contaminación en las ciudades la provocaba el tráfico y la solución no era cambiar a coches que contaminaran menos, sino que no hubiera coches, y la crisis proporcionó una ocasión que cobardes y mezquinos políticos no supieron ni quisieron aprovechar.

En cambio, el consumo de petróleo correspondiente a los vehículos, se dedicó ahora a la producción de electricidad y, al añadir otra etapa, lógicamente hubo más pérdida energética. Las ciudades, saturadas, aumentaron sus porcentajes de pérdidas por atascos y demoras, y sus deficientes infraestructuras sufrieron más y se multiplicaron los apagones hasta que...

Bueno, el resto ya lo conocemos. Sabemos cómo acabó aquéllo. Cuando aquel absurdo patrón basado en el crecimiento a ultranza quedó agotado y llegó a su fin, se puso en marcha el proyecto para la "humanización natural", proceso que tras largos decenios  ha de llevarnos a alcanzar y luego mantener ese equilibrio cambiante que el planeta requiere a cada instante.

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