Hasta el limbo de las alianzas tienen que llegar como martillazos los ecos de aquéllos que en su día acudieron solíticos a aclamarle: ¡No nos defraudes!, rogaron.
Y mientras hubo dinero, mientras el listón permitía medrar a esgaes, subvencionar folklóricas organizaciones de dentro y fuera, comprar votos a 400 euros, el ¡cómo coño hemos ganado! siguió siendo un chiste. Y cuando el suelo comenzó a desaparecer bajo los pies, como el borracho que niega la evidencia, como el supersticioso que no menta a la bicha, calló y escurrió el bulto, manteniendo el despilfarro y desgobierno, porque lo más importante era la apariencia. Quizá, pensó, una economía tan saneada va a permitirme mantener el tipo un par de años, tiempo suficiente para que el panorama internacional recobre el equilibrio, y entonces les señalaré con el dedo, ¿véis, cretinos sin talento ni talante?
Salvo el rastro de miseria que ya empieza a quedar en el camino, de su gobierno nada pasará a la historia. Y aún tendrá suerte.
Quizá, pensó, antes de reformar la educación voy a marcar algunos hitos que recojan los nuevos textos. Pero no hubo acuerdo con ETA, con la que no cabe más que la rendición sin condiciones, y la Alianza de Civilizaciones se está mostrando un fiasco que sólo consume fondos sin dar prestigio en una época en la que los fundamentalismos molestan mucho.
Al cabo, en la RAE, han de reservarle, por lo menos, por lo menos, un taburete. Es un derecho que se ha ganado. Nadie ha hecho tanto el ridículo destrozando tanto la lengua desde la legislación y publicación de leyes, y eso, se está convirtiendo en una corriente.
Con todo, un ruego: por favor, cuando se vaya llévese a sus miembras.
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