jueves, 1 de noviembre de 1984

Pensamiento


Que mi muerte no se publique nunca en una esquela. Me gusta la luz brillante del otoño, y sus matices pastel, ya fríos. Me gusta ese sol aún caliente a mediodía y el amanecer de escarcha que lo precede, azul nítido y temprano. De la tarde, la solemne madurez que sobrecoge e induce al silencio.

El día es como la vida, un ciclo estándar que se nos ofrece como patrón. Cuando perdemos su guía, caemos en el desequilibrio más comun: el del eje Tiempo-Naturaleza. La vida "civilizada" de las ciudades, propicia esa disarmonía.

Realmente, cuando amanece un día, está naciendo, y es un niño delicado e imprevisible al que aguarda la enorme incógnita de las siguientes horas. A la alegría infantil de la mañana se debe su elección para la producción social. El joven día es fuerte y descansado, lo puede todo, su claridad inspira vida, es vida y esperanza, es propósito olvidado o cumplido.

Con un rito litúrgico, aparece la comida, sacramento que confirma el tránsito hacia la tarde. El día es ya hombre maduro, un poco fatigado pero con la fuerza mental que requiere ese momento.

La tarde es ensueño y amor, y labio y beso. pensamiento serio y reflexivo. Sentido ardiente y deseo oculto. Añoranza. Sexo. paternidad guiada por la fuerza del instinto...

Crepúsculo y cena acuden insoslayables. Ahora, recuerdo del hombre viejo que prolonga el cuerpo en esa silla o butaca en que se sienta. Consumación y frío. Oscuridad ignota. Silencio. Sueño.

La noche es como el Cosmos. Como gelatina suave; como delicado amnios que protege un germen, como líquido, aire y Nada que apetece tibia y fría, aunque y porque es muerte al no ser nada y ser ya vida que se gesta, la más larga, desconocida y menos deseada...

No se someta nunca mi muerte al rigor innecesario de una esquela.

2 de noviembre de 1984.

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