sábado, 16 de septiembre de 2000

Cubre mano mi tristeza



Cubre mano mi tristeza.
Vida, tenue brisa
pero también explosión
como serpiente sonora
trenzando tu armonía.

Cubre mano mi tristeza
y oculta a mi rostro
la improbable existencia
de lo eterno
y de la muerte.

Cuando faltes,
quiebra la insólita
esencia apergaminada
que solapa hiedras
blandas, repletas
de constancia.
Con sus bóvedas tercas
ausentes de cuerpo,
ahítas de piedra.


Mientras, suene cerca
un piano ahuyentando penas.

Apoya, mano, mi cabeza
y tapónale los poros,
que no penetre más ausencia.
Guarda, mano, la frente
que mis párpados sujetan
trabajosos ojos,
que la lengua aprieta
densas materias
o palabras aún no hechas.

Que mi cerebro ausente
profana nostalgias
de incolora presencia,
de imposible espacio,
de intangible idea,
la absoluta infancia,
la vejez incierta,
y la enorme pena
de la inexistencia.

Cubre, mano, mis carencias.


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* Imagen: Flickr

viernes, 15 de septiembre de 2000

Al otro lado del Sena.

Quai des Grands-Augustins: volatería y mercado del pan. S. XVII

En la portada del libro se ve una estampa del París del siglo XVII, quizás. Al fondo, al otro lado del río, pueden verse esos grandes edificios rectangulares de tejados de pizarra verdosa en cuyo borde se alinean los ventanucos de las buhardillas y, más atrás, altas y rectas chimeneas. Severos pero nobles y acogedores, con grandes portalones en la planta baja. Puede que se trate del Louvre. Al final del puente, destaca la estatua ecuestre de algún ilustre, hacia la que se encamina un carro tirado por animales. En primer plano, un mercado de aves y conejos un tanto naïf. En un extremo, un perro persigue a un gallo mientras una mujer parece quejarse. Tras ellos, un hombre saluda desde lo lato de la caja de un carro quitándose el sombrero para saludar a los posibles clientes, no sé si clérigos, ambos con sombrero negro de ala ancha, pero mientras uno luce negra ropas talares hasta los pies, al otro sólo le alcanza a las rodillas. Ambos con babero o pañuelo blanco. Si no clérigos, miembros destacados de algún gremio. Mientras uno habla, el otro aguarda con las manos unidas detrás de la espalda, respetuoso. Puede tratarse de un fragmento de un cuadro, porque toda la esquina inferior derecha está vacía mostrando sólo el empedrado, con un cesto de mimbre en lo alto, hacia el que se encamina despacio otro gallo. Allí, cerca de otro de los extremos, un paisano de edad incierta camina con un bastón al borde una escalera. Puede que tenga que cruzar el puente para llegar a su casa en la otra orilla y, de pronto, siento un infinito cansancio y busco algún posible medio de transporte que me pase al otro lado del Sena.